martes, 19 de febrero de 2013

ANDAMIOS

Andabiamos como que no querianos; nada más nos mirábanos, pero nada que nada que nos atrevianos; nadien, nenguno de los dos que eranos daba como quien dicel primer paso. Luego fue el luego en que comenzamos a querernos y queriéndonos comenzamos a besarnos; a besarnos porque así nos expresabamos mutuamente cuanto nos querianos y, claro, también porque nos gustaba, porque queríanos pues besarnos, porque nos queríanos, porque nos queríanos y porque lo queríanos, por eso pues nos besamanos.

Así pues andabiamos por esta vida melindrosa y paripatética, y así fue todo eso, quiero decir, todo ese tiempo, tiempo ido hoy madurado en recuerdos, lo mejor que me ha pasado en la vida; tiempos idos, ahora como muertos, en que andabanos como entre andamios por sobre el vertigo de la vida siempre abismo.ue

viernes, 28 de agosto de 2009

LA SOMBRA


El destino fatal de una sombra fue mi aliento.
Desposeído,
deámbulo triste por las calles de una Morelia absurda y ajena en la que, binomio cruel,
no he sido poseedor ni poseído.
En mis ojos la mirada de un ratón adolorido y receloso gime sin cesar.

Muerto, supiste al fin quien eras, pero eso fue tan solo el principio; pronto llegó, como la noche, la sombra del olvido.

Después de cinco horas en silencio, te decides al fin a abandonar la seguridad del armario, te arrastras adherido a la pared; nadie oye tus pasos, la casa está vacia, te sobresalta el eco de una ingenua gota de agua, eres un tigre al acecho durante un instante; ahora avanzas, desciendes los escalones velozmente, llegas a la cocina y en tanto hurtas algo, sueñas con ser hombre; pero este sueño te desgasta, escupes el bocado, harto de la indigna vida en que te consumes, regresas sobre tus propios pasos, arrastrándote, siempre con cautela, pero esta vez no vuelves al armario, antes, tu cuerpo se planta frente el espejo y absorto quedas en tu propia mirada hasta que el sueño te alcanza y cedes melindroso: tornas el descenso precipitadamente y caes al fondo de un abismo de tiempo y así, dormido, sueñas que duermes durante millones de años hasta despertar un día, hoy, convertido en hombre. Es apenas un sueño y sin embargo basta; ¡cuanto pueden los sueños en las bestias y en los hombres!

Vuelves los ojos al espejo, repasas con la mirada los pliegues de tu cuerpo incapaz de comprender el porque de los abundantes filamentos; incrédulas tus manos hechas garras, palpan tu deforme cuerpo y te sangran, Que es lo que veo, dices o crees que dices, pero solo es una voz a tus espaldas de la que no atinas a acertar su origen, ni siquiera reconoces la voz que creias tuya, apartas del espejo la mirada en busca de algo o alguien pero nada, Nada no es en vano, vuelves a oir la misma voz, Nada es nada ni nadie, ha sido en vano, de nuevo la misma voz ajena y desconocida, No, No ha sido en vano apartar del espejo la mirada, buscar el origen de la voz, saber quien es ése que habla, Si al menos fuese alguien pero no, y al terminar esta reflexión, el silencio abrumador sofoca tu inquietud.

Inexperto te contemplas, han pasado sobre ti los siglos, ilusión a contrapelo, después, ridículo advervio en este caso, crees contemplar la decadencia del primer día, te ves a ti mismo como seguramente Adán se vio a si mismo aquel primer atardecer que ahora se desdibuja frágilmente ante tus ojos para luego ir en busca del refugio en la inexpugnable sombra que susbsiste bajo en el ala de una golondrina sin verano: te asomas a la ventana, crepúsculo de fantasía, borrascoso abismo se yergue sobre ti, cadáver insepulto.

Contienes el impulso que pronto habrá de transformarse en llanto pero no por mucho tiempo.

Adelanta la noche, abres tus ojos sin poder despertar del todo, ansiosa la mirada en busca de una Eva cualquiera solo consigues vislumbrar la sombra de una sombra fugitiva. Entonces comprendes que la vida de los hombres es solo eso, sombras y transfuga.

Te sacudes infructuosamente, No siempre el sueño es sueño, llanto el llanto, ni hombre el hombre. Harto estás de fingidos y no vividos olvidos, harto de ti mismo, hombre recién parido, pero que más da si así es la vida de los hombres. Ahora sueñas con la inmortalidad y das una mordida a la manzana. Te alejas de la ventana, intentas detener la mano convulsiva que se dirige al apagador pero es de nueva cuenta en vano, la luz artifical de la bombilla abotaga los resquicios de la habitación, los sonidos se hinchan pegajosos y el cerebro cae de rodillas nuevamente;

Sufres la sed, el hambre y el frío, pero, sobre todo, sufres la soledad del hombre, una soledad hecha barro que todo lo constriñe, soledad almidonada y absurda; desencajada sombra sádica.

Vuelves al espejo, bajas tus párpados y crees pensar que la vida de los hombres no es otra cosa sino un costal vacio que se asfixia en el interior de otro costal suspendido en la ilusión. Tal vez esto sea ser hombre, Tal vez por eso la risa embarazosa, la risa que es resquicio de un eco arcano y milenario, la risa insustancial y etérea de la vanalidad, cruel y estúpida, que te acomete y bulle en tu amalgama, intentas una sonrisa, la ensayas, y te angustias pues eres incapaz de lograrla sin saber que tu incapacidad no es otra cosa que la sencilla razón de no saber hacerlo.

Despegas entonces tus labios anhidros y sacas la lengua para amamantarlos pero no consigues nada, en tal caso piensas en lo que cualquier hombre pensaría, un vaso de agua, que simple, te diriges a las escaleras pero te detiene justo antes de descender el primer escalón, regresas ante el espejo pues es la sed del alma más poderosa que la sed del cuerpo, te contemplas de cabo a rabo, desnudo, lleno de filamentos, un gato maulla y temes un temor primitivo y certero, presientes la muerte y te asustas, te das cuenta de que eres el primer hombre y no tienes un nombre que te defina, lanzas la mirada a tu alrededor en busca de una voz, una Eva cualquiera que te informe pero es en vano, ahora todo parece más grande.

La habitación, sofocada en sombras amorfas es en realidad más grande, estás solo, eres el primer o tal vez el último hombre de este mundo. No hay de donde asirse, no hay a donde huir y por eso piensas como siempre en el armario. Abandonas entonces el espejo y te diriges a él, A donde más he de ir, te preguntas o al menos te imaginas que lo haces y agregas, Si he olvidado mi propio nombre, mi nombre propio, etiqueta de mil manos, no tiene sentido ser hombre, estas palabras no son tuyas, solo recuerdas una boca y unas manos, y decir manos te lleva a levantar-las para mirar-las pero la luz te engaña, te mientes a ti mismo que no es verdad eso que tienes en la punta de la nariz.

La madre de las sombras, aunque no sea sino una bombilla, perturba tu imaginación y hace burlas de ella, y tu, sin experiencia en este oficio de ser hombre, engañado por ti mismo, cierras los ojos pero la luz de la bombilla no desaparece, piensas entonces que tu cuerpo es una habitación mal iluminada dentro de una noche ajena y reticente, la vida, si es que tal cosa existe, debe estar en otra parte, tal vez en un sueño presa en las eternas sombras del olvido que todo lo devoran, guardo silencio para oir la ingenua conclusión a la que llegas, La vida es un supuesto absurdo, una aliteración ensordecida, ¡Por dios! qué sabes tú de vidas sórdidas y aliteraciones absurdas.

Te veo frente al espejo, estático y mudo, a escasos dos metros del armario, te veo girar ciento ochenta grados y caminar hacia la cama, llegar y no arrojarte, proseguir rumbo a la ventana, asomarte en pos de la luna para tu consuelo, son casi los doce, pero esta vez la noche se evapora indiferente y se funde en una nube que se apaga, no suspiras, eres incapaz de hacerlo y, en su lugar, alzas la mirada inquieto y asustado.

En lo alto del firmamento, la luz de una increíble bombilla ilumina el cielo con extravagancia, te percatas de la húmeda sombra de un gato colosal que preña los contornos del horizonte, intentas, sedienta tu alma del resplandor luna, abrir tus párpados aún más pero es inútil, las casas de lo que algún fue la quimérica Morelia, se deslíen en un líquido negror alucinado, no es la noche ya aunque de noche sea, no es la oscura tristeza la que somete el firmamento, es otra cosa ese negror que infunde la bombilla extravagante, es aceite quemado, petróleo derramado sobre el mar de la ciudad que duerme indiferente el sueño fatal, luz-aceite, luz-petroleo, que penetra por tus ojos sedientos de nocturnas luces, desesperado arrancas furioso tus párpados pero es por tercera vez en vano, tus ojos desorbitados no consiguen nada más que la negrura, pronto habrá de llegar el nuevo día, pero tu sigues sin poder recordar o inventarte un nombre que te amparae del vacio, imposible imitar el maullido tal vez imaginado para anular el maleficio, no hay más luz que esta negra y absurda aparición; yermo en tu habitación, desencajado como tus ojos, adolorido como tus manos, huyes en busca del armario y es el una voz extraña quien te guía, una voz musita tu primitivo nombre, lo que un día fuiste, bestia, sombra de bestia, algo poco menos que hombre, intentas guarecerte de la sombra hambrienta, huyes de la negrura y cobarde al fin, guarecido en el armario, rompes a reir, pero lamentablemente es demasiado tarde. Ahora eres la sombra de una bestia, poco menos que sombra de hombre; sabes que la muerte llama a las puertas del armario en pos de ti y eres tan ingenuo que aún le temes. Ya no hay nada que se pueda hacer y sin embargo, pasa por tu cabeza la palabra esperanza, cosa extraña siendo quien eres, intentas nuevamente la fracasada risa, pero es por sexta vez en vano pues eres reido por la esperanza corrompida, eres reido por la muerte que no quiere lanzar la guadaña sobre tus asquerosos huesos, la muerte rie con acritud, la enferman tus romanzas, te observa con desdén escondido en el armario.

La bombilla de la habitación, sofocada, truena de repente, te sobresaltas y hechas a correr pero no hay escapatoria posible, necesitas una coartada, pero qué sabes tu de eso, hombre recién parido y parido en el vientre de un error, el armario crece con cada uno de tus pasos mientras crees que huyes creyendo que te alejas, el cielo, las casas, tu habitación, el armario estan hinchados de sombras insepultas claman venganza, tú no te detienes, avanzas, huyes, crees hacerlo, corres desesperado, abres una puerta tras otra y cuando al fin crees estar a buen recaudo al ver las calles de esta ciudad, que también ha olvidado su nombre, te das cuenta que estás en otra parte del armario, subes por la jardín de la Soterraña, ingenuo y aterrado y alcanza en un instante la avenida Madero, te detienes a la sombra de la catedral hecha sombra de cantera, y sin dudarlo la penetras, ella se estremece al sentirte entre sus pliegues, ambos, catedral y fugitivo, sombras sobrecogidas, temen dentro del armario, tus ojos buscan el altar principal, al cristo mudo o en su defecto un diablo parlanchín pero es por séptima y última vez en vano, la espesa sombra de líquido negror incandescente, rompe los hermosos vitrales y se precipita en cascada inundando los pasillos, ardiente como un quejido volcánico, hambrienta como serpiente de mar, al interior de la casa divina. Una paloma volando se introduce por tu oreja izquierda, bate sus alas en el vacio de tu diminuta bóveda craneal y sale casi en el acto por la otra oreja, abandona la cabeza en la que apenas un momento antes cruzó también la palabra esperanza riéndose de ti a carcajadas, el armario comienza a desmoronarse, ya no temes a la muerte, sabes de sobre cual a sido tu pecado, te aterra la negra sombra pendiente del vacío, invocas doliente a la muerte, la negrura avanza en pos de ti , tu negro cuerpo la exhalta, pero la muerte se transfuga en idea y te aterra la imposibilidad de su misericordia, no soporta la mente la idea de inmortalidad, imploras la muerte salvavidas, pero la muerte no es ningún santo a quien se le pueda rezar o pedir una moneda, una piedad, un consuelo, por eso le pides muerte a la muerte, que es lo único que ella puede conceder, si así lo quiere. Pero no, lamentablemente esta vez la muerte no desea conceder nada ni a ti ni a nadie, en este instante ella ríe sombriamente, disfruta desde el fondo del abismo que tu mismo has cavado, el espectáculo de tu terror, no por crueldad o sádismo, simplemente le causa ilaridad la escena; tú, iluso roedor sin párpados que desafiaste a los dioses, tú, huyendo en el interior de una catedral sombria y ajena que se desfigura en el interior del armarioque se desmorona; tú, que creiste ser un hombre y te olvidaste de tu propio nombre; Pero basta, pronto habrá de llegar el pisotón que acabe de una buena vez y para siempre, con los males que te aquejan, ratón sin madriguera.

Génesis




Un susurro en la noche de los tiempos, un levantar la mano y decir: yo soy, estoy aquí, ahora; después, una larga hilera de silencios que habrían de ser colmados a deshoras, un replegar las alas y suspender el vuelo.

Gimen doloridas las sirenas, caen de golpe, abruptamente, humilladas.